Caminaba en medio de tanta gente, me sentaba a su lado, respiraba profundo.... algunas veces el silencio era la solución, otras cerrar los ojos, alejarte, irte, no continuar... el no mirarte o el no mirarme.
Me sucedió un día de tantos, ese cansancio voraz que llega sin pedirlo, que se expande y te revienta... tal vez la soledad entre tantos, tantas y muchos... tal vez el incauto decir de aquella vista, del chau nos vemos o hablamos luego. El paciente desdecir del ya no entiendo, o el inminente peligro de la equivocación con el uso de las letras y el acento...
Fue durante ese incauto instante en medio de todo, donde el desnudo hombre que nunca se descubrió, se sintió como lo que era. Es un instante oblicuo donde la brisa que mueve los arboles a tu alrededor y tu vana esperanza de un te vuelvo te gritan al oído, y no sabes que haces, que hiciste mal o si fuiste lo que nunca fuiste. Respiras profundo en la madrugada que sigue, caminas por las avenidas, te abruman las preguntas existenciales, empiezas a fumar cuando nunca fumastes y caes en ese dinámico desdén del parque, de los libros para leer o del análisis de fachadas que piensas que guardan historias más existantes y entretenidas que la tuya, pero no encontrás nada que te llene o te complazca.
Las tardes de sol animado y brisas frías te complacen por instantes, las noches veraniegas con lunas que se desasen en enero te alzan un poco el animo para ese instante en el que la busqueda llega a las botellas rellenas de alcohol, pero paras en medio de la borrachera ingratas y te das cuenta que tampoco estas ahí.
Caes en la cuanta de la impersonalidad de muchos, en la exageración de otros, en las historias vanas de los viejos más jóvenes, en el asqueroso planeamiento de una vida que no pedistes vivir pero que tenes que sacar adelante, con tus necesidades, gustos, decisiones, amores y muchas más cachetadas en la cara.
Es así como enciendes una pequeña hoguera en el cuarto, abrís el vino viejo y desidís mandar todo a la mierda. Quemás las fotos, los poemas, los recuerdos, las lagrimas, la mesita de cemento donde empezó o se confirmo; sigues quemando, el televisor, la cámara, los instrumentos, los hábitos, las creencias, los exámenes que nunca pasastes, los discos que tocaron tu alma, su voz, su olor, la palabra, el verbo, lo que nunca te dijeron, lo que siempre te reprocharon.... y entonces el humo grande, denso, oscuro; te abruma, caes de rodillas, caigo de rodillas, cae de rodillas, la lagrima cae también y te das cuanta que debes respirar profundo todo el denso humo, ponerte de pie y empezar de nuevo a sacar fotografías, a pedir querer, a cerrar los ojos, a respirar y a rememorisar todo lo que ya se fue.

Me sucedió un día de tantos, ese cansancio voraz que llega sin pedirlo, que se expande y te revienta... tal vez la soledad entre tantos, tantas y muchos... tal vez el incauto decir de aquella vista, del chau nos vemos o hablamos luego. El paciente desdecir del ya no entiendo, o el inminente peligro de la equivocación con el uso de las letras y el acento...
Fue durante ese incauto instante en medio de todo, donde el desnudo hombre que nunca se descubrió, se sintió como lo que era. Es un instante oblicuo donde la brisa que mueve los arboles a tu alrededor y tu vana esperanza de un te vuelvo te gritan al oído, y no sabes que haces, que hiciste mal o si fuiste lo que nunca fuiste. Respiras profundo en la madrugada que sigue, caminas por las avenidas, te abruman las preguntas existenciales, empiezas a fumar cuando nunca fumastes y caes en ese dinámico desdén del parque, de los libros para leer o del análisis de fachadas que piensas que guardan historias más existantes y entretenidas que la tuya, pero no encontrás nada que te llene o te complazca.
Las tardes de sol animado y brisas frías te complacen por instantes, las noches veraniegas con lunas que se desasen en enero te alzan un poco el animo para ese instante en el que la busqueda llega a las botellas rellenas de alcohol, pero paras en medio de la borrachera ingratas y te das cuenta que tampoco estas ahí.
Caes en la cuanta de la impersonalidad de muchos, en la exageración de otros, en las historias vanas de los viejos más jóvenes, en el asqueroso planeamiento de una vida que no pedistes vivir pero que tenes que sacar adelante, con tus necesidades, gustos, decisiones, amores y muchas más cachetadas en la cara.
Es así como enciendes una pequeña hoguera en el cuarto, abrís el vino viejo y desidís mandar todo a la mierda. Quemás las fotos, los poemas, los recuerdos, las lagrimas, la mesita de cemento donde empezó o se confirmo; sigues quemando, el televisor, la cámara, los instrumentos, los hábitos, las creencias, los exámenes que nunca pasastes, los discos que tocaron tu alma, su voz, su olor, la palabra, el verbo, lo que nunca te dijeron, lo que siempre te reprocharon.... y entonces el humo grande, denso, oscuro; te abruma, caes de rodillas, caigo de rodillas, cae de rodillas, la lagrima cae también y te das cuanta que debes respirar profundo todo el denso humo, ponerte de pie y empezar de nuevo a sacar fotografías, a pedir querer, a cerrar los ojos, a respirar y a rememorisar todo lo que ya se fue.