Le decían Ana Luna, porque se pasaba de noche en noche, entregando las curvas, la piel y todo lo de sí, para recolectar lo billetes verdes de 100, de 20, hasta 1.... Tenía la firme convicción de que un día tanta piel, tanto sudor, tanto grito sin alma, haría que ese montón de billeticos verdes se transformaran en una casita en la playa, donde en vez de ser un objeto, sería Ana, la que respira, y caminara por la arena sin pensar en cuanto pa hoy, quien pa hoy o si el pulpero dejaria de pedir favorsitos por algo tan simple como una bolsa de arroz... (esto es solo el ejemplo exagerado, por que también alguna Marta se pregunta cuando van a dejar de tocarla toda o gritarle tanto en la calle, o alguna Juana, que se pregunta ¿Julio me dejara salir hoy?)
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